Kenny Bruno ha explicado claramente porque los productos estrella de Monsanto no pueden, en absoluto, ayudar a alimentar a todo el mundo. En este artículo Andrew Kimbrell muestra como ni la biotecnología en general, ni siquiera la propia agricultura de altos insumos pueden hacerlo.

¿Adivina quién viene a cenar? 10.000 millones para el 2030, proclama un titular de la pagina Web de Monsanto. La compañía previene de las «presiones crecientes sobre los recursos naturales de La Tierra para poder alimentar a más población». Según este gigante de la agroindustria, la agricultura de bajos insumos «no producirá aumentos de rendimiento ni mejoras que puedan alimentar a la creciente población del planeta»1.

Sin embargo, no hay motivos para preocuparse, porque según Monsanto «la actual agricultura de alto rendimiento es un gran éxito,…». Además la compañía manifiesta que «las innovaciones tecnológicas triplicarán los rendimientos de las cosechas sin necesidad de aumentar la superficie agrícola, salvando así valiosas selvas tropicales y hábitats de animales». Más aún, la revolución biotecnológica supondrá «una disminución en el uso de los productos químicos en la actividad agraria»2. La conclusión es obvia y será difundida a los cuatro vientos en la campaña de Monsanto «La biotecnología puede alimentar al planeta… que comience la cosecha»3.

La propaganda de Monsanto se alimenta de numerosos mitos de la agricultura moderna en torno al hambre, la producción de alimentos y la propia agricultura. Desgraciadamente estos mitos han sido y continúan siendo repetidos tan a menudo, que se toman como ciertos. Proporcionan una cobertura conveniente a Monsanto y otras multinacionales de la biotecnología y la agroindustria, las cuales son responsables directos del aumento del hambre el mundo. Desenmascarar estos mitos es un objetivo necesario para aquellos que buscamos llegar a una agricultura sostenible. Comencemos pues a examinar cuatro de los mitos principales, que están interrelacionados, y Monsanto utiliza en sus campañas de información pública y en la publicidad.

* El hambre en el mundo está causada principalmente por la falta de alimentos suficientes para abastecer a una población creciente.

No existe ninguna leyenda sobre el hambre. Se estima que en la actualidad 786 millones de personas pasan hambre. Y este número sigue aumentando. De 1970 a 1990, con la excepción de China, el número de personas hambrientas ha aumentado en un 11%4.

La leyenda creada no se refiere al hambre sino a la causa principal que la genera. Monsanto nos hace creer que la producción agrícola no esta aumentando al mismo ritmo que crece la población. Hasta ahora numerosos estudios y estadísticas refutan esta afirmación. De hecho aunque el hambre en el mundo aumentó desde 1970, también lo ha hecho en la misma proporción la producción alimentaria per capita. En Sudamérica el número de hambrientos aumentó en un 19%, y los suministros per capita a en casi un 8%. En el Sur de Asia el hambre y los alimentos per capita han crecido en un 9%5.

Estas estadísticas y muchas otras indican que el crecimiento demográfico no ha sido, por lo menos actualmente, la razón principal del aumento del hambre desde 1970. En teoría el volumen total de alimentos disponibles por individuo ha aumentado de manera significativa. ¿Entonces cuál es la razón principal del hambre en el mundo? Basicamente la dependencia alimentaria. El sistema industrial, desde hace siglos y prácticamente en todas las partes del planeta, ha expulsado a las comunidades indígenas o campesinas de sus tierras apropiándoselas para instalar allí cultivos de exportación. Los beneficios obtenidos a partir de estas exportaciones constituyen «la acumulación primitiva de capital» fundamental que requiere el desarrollo industrial en cualquier sociedad. Las consecuencias: millones de campesinos han perdido sus tierras, tradiciones y comunidades, y de forma más inmediata su autosuficiencia alimentaria. Expulsados de sus tierras, emigran a las nuevas ciudades industriales donde rapidamente pasan a formar parte de las clases urbanas empobrecidas que compiten por trabajos mal pagados en los complejos industriales urbanos. Actualmente más de 500 millones de habitantes de zonas rurales del Tercer Mundo no poseen tierra, o por lo menos no la suficiente para autoabastecerse6.

Así comienza la dependencia alimentaria. Adquirir alimentos es posible unicamente mediante pago, y si perdieran su poder adquisitivo se verían privados del alimento. Incrementar la producción agrícola no es el remedio para solucionar el hambre, ya que esta está causada fundamentalmente por la imposibilidad de acceder a la tierra y/o a mantener el poder adquisitivo. Como queda reflejado en el próximo informe de Food First: «Si no accedes a la tierra donde poder cultivar tus alimentos y no puedes comprarlos, pasarás hambre aunque la tecnología incremente los rendimentos»7.

* Las grandes explotaciones agrarias y una utilización intensiva de las tecnologías son más eficientes a la hora de producir alimentos.

El mito sobre los mayores rendimentos obtenidos en la grandes explotaciones es corolario de la presunción de que un aumento de producción resolverá el problema del hambre. Para erradicar el hambre, necesitamos aumentar la producción y por lo tanto aumentar la dimensión de las explotaciones y tecnología más avanzada. Esta carrera para aumentar el tamaño de las explotaciones e intensificar la producción tiende a expulsar de la actividad agrícola a los pequeños propietarios. Desde la 2ª Guerra Mundial, en Estados Unidos el tamaño medio de las explotaciones ha aumentado en más del doble8. Durante ese mismo periodo el número de explotaciones ha disminuido dos tercios y el número de agricultores duplica este último porcentaje. Es el proceso usual: destrucción de las comunidades rurales y éxodo de miles de campesinos desarraigados y empobrecidos. Como resultado aumenta el desempleo, el crimen, la dependencia alimentaria y el hambre. Las consecuencias que conlleva, para el Tercer Mundo, la proliferación de grandes explotaciones y la tecnificación de estas seran aún más catastróficas que las esperadas.

La aplicación de nuevas tecnologías también arrasa a las comunidades campesinas y su autosuficiencia alimentaria. El avance de las nuevas tecnologías desplaza a los trabajadores agrícolas y representa un desastre para todos, menos para las explotaciones más grandes. Los investigadores que analizan los efectos de la biotecnología constatan que la mayor parte de los agricultores no se beneficia del cambio tecnológico. Los beneficiarios sólo son aquellos que primero adoptan las nuevas tecnologías, que normalmente son los que operan a gran escala. «Estos últimos tienen capacidad de aportar rapidamente capital para invertir en la nueva tecnología. Mantendrán sus beneficios incluso cuando los precios por unidad caigan. Al mismo tiempo la caida de precios boicotea los esfuerzos de aquellos que adoptaron la novedad tecnológica para mantenerse en un mercado en continua fluctuación»9.

Monsanto, entre otros, reconoce los efectos que las nuevas tecnologías causan a las comunidades rurales, pero insisten que es el precio a pagar para aumentar la eficiencia en la producción agrícola. Sin embargo un estudio realizado por la escritora y activista Marty Strange, prueba que las grandes fincas no son las más eficientes. El estudio demuestra de forma convincente que incluso utilizando los métodos de valoración convencionales se obtiene una mayor eficiencia en explotaciones de tamaño medio10. Más aún, los cálculos que basan en, incluso, las visiones más moderadas de la «economía de escala», según el cual lo más grande es lo mejor, presentan una gran grieta estructural. Los análisis convencionales ignoran los costes ambientales y sociales de la agricultura industrial a gran escala. No contabilizan los costes por contaminación de aguas o de la atmósfera, pérdida de suelos o de biodiversidad. Distintos estudios han demostrado que las grandes explotaciones provocan mayores impactos ambientales, produciendo, por ejemplo, un 40% más de erosión que las pequeñas. Estas consecuencias negativas suelen enmascararse aumentando el uso de fertilizantes de síntesis, pero a largo plazo acaban afectando las producciones.

También se ignora los costes para la salud humana de aquellos alimentos contaminados por pesticidas, hormonas y otros agentes tóxicos. Tampoco aparece valorado el descalabro, desde hace décadas, de millones de agricultores y miles de comunidades rurales. Todas estas «externalidades» no son consideradas por la contabilidad agrícola. Al no internalizar estos costes no se informa del precio «real» de los alimentos producidos por la agricultura moderna.

Además este análisis no considera el carácter único de las pequeñas explotaciones. En ellos sólo se cuantifican los productos finales, pero esta economía de escala ignora las significativas ventajas que incorpora el modelo de pequeñas explotaciones para reducir las necesidades de recursos. Por ejemplo la diversificación incrementa los rendimientos al permitir un uso más completo y complementario de los recursos, como la posibilidad de desarrollar múltiples cultivos, según la época del año. Como resume Strange. «En economía agraria, persiste un prejuicio contra la diversificación que se refleja en la siguiente convicción: es más importante realizar una única producción a gran escala que producir muchas en pequeña escala. Refleja nuestra fijación por los máximos y nuestra indiferencia por los óptimos»11.

En 1989 se pidió al US National Research Council (Consejo de Investigación Nacional de los Estados Unidos) que comparará la eficiencia productiva que proporcionan las grandes explotaciones industriales y las que utilizan métodos de producción alternativos. Su conclusión contradice la mitificación actual sobre los beneficios productivos que aportan las grandes explotaciones: «Los sistemas de producción alternativa si están bien manejadas en casi todos los casos utilizan menos pesticidas de síntesis, fertilizantes, y antibióticos por unidad producida que los sistemas de producción convencional. Reducir el uso de estos insumos disminuye los costes de producción y minimiza los potenciales efectos negativos que la agricultura puede ocasionar al medio ambiente y la salud humana. Además lo hace sin reducir los rendimientos por hectárea o la productividad de los sistemas de producción ganadera (incluso en algunos casos los incrementa)»12.

* La agricultura biológica propuesta como alternativa a los cultivos industriales de alto rendimiento requiere más superficie para alcanzar las mismas producciones, poniendo así en peligro humedales, bosques y otros ecosistemas únicos.

Monsanto y otras compañías del sector observan el nacimiento y desarrollo de un nuevo competidor en los EE.UU. y Europa: la producción de alimentos biológicos. Ésta ha dejado de ser un mercado estanco, en EE.UU. el mercado de estos productos ha alcanzado los cuatro mil millones de dólares a mediados de los 90, con un incremento anual del 20%. Más de 2 millones de familias americanas se abastecen hoy de productos biológicos, y unos 14 millones de americanos demandan alimentos «naturales». Sin embargo la mayor preocupación de Monsanto es la resistencia creciente a la entrada de sus productos, y la crítica a sus tácticas empresariales y sus mensajes que está surgiendo en países del Sur, como la India. Las protestas públicas han obligado a la compañía a echar marcha atrás y olvidar numerosas iniciativas empresariales. La mitificación que existe sobre el paradigma productivo actual -para que todos podamos vivir mejor es necesario que unos pocos acumulen capital, tierra y recursos- comienza a perder poder.

La respuesta de Monsanto no se ha hecho esperar, y está realizando una campaña en los medios en contra de la agricultura biológica. Monsanto insiste en estas críticas, y se basa en su supuesta conciencia ambiental. Aunque esta postura no es muy creíble debido a la reputación de la empresa en materia medio ambiental. Su argumentación principal intenta hacernos creer que para «alimentar al mundo» la agricultura biológica (unida a supuestos bajos rendimientos) necesitará aumentar masivamente la superficie agrícola, y se destruirán importantes habitats para la fauna salvaje y otros ecosistemas singulares.

Sin embargo, como ya se ha comentado, numerosos estudios indican que las alternativas son al menos tan eficientes en la producción como aquellas basadas en un uso intensivo de agroquímicos; siempre que las estimaciones se realicen correctamente13. Además el argumento de Monsanto no incluye la disminución actual de rendimientos en el Tercer Mundo, asociada a la transferencia de tecnologías y a la utilización intensiva de insumos químicos propia de la «Revolución Verde». En países como Filipinas, India o Nepal las investigaciones indican pérdidas significativas de rendimiento después de alcanzar valores máximos en los 8014. Y es más que probable que se deba a la degradación del suelo y al desarrollo de resistencias a plagas asociadas a monocultivos a gran escala15.

Investigadores del Instituto Wallace señalan que la agricultura industrial además de destruir la productividad de los suelos de la propia explotación, también compromete otras fuentes de alimento. La contaminación química y la eutrofización ocasionada mayoritariamente por la lixiviación de nitrógeno y fósforo desde los suelos cultivados amenaza la productividad de los ecosistemas marinos y acuáticos, que proporcionan parte de los suministros alimentarios. El 60% de la población mundial se abastece de pescado y marisco para obtener el 40% de la proteina consumida16. La contaminación química ha provocado la desaparición de la fauna silvestre que Monsanto proclama querer proteger.

* La biotecnología alimentará al mundo, utilizando menos recursos naturales y contaminando menos porque reduce el uso de químicos.

El objetivo de las campañas publicitarias recientes de Monsanto ha sido de forma practicamente exclusiva extender el mito de que la biotecnología puede alimentar a las generaciones futuras, y además sustituirá a la agricultura basada en el uso intensivo de agroquímicos. Aunque Monsanto ha construido su éxito financiero vendiendo el herbicida Roundup, líder de ventas a nivel mundial, ahora pretende rechazar el modelo químico-industrial. «Aumentar el número de cultivos obtenidos por biotecnología supone disminuir los cultivos producidos con agroquímicos» proclama el titular del anuncio publicitario. «El mundo produce sus alimentos con enormes costes para el medio ambiente», continua, para luego lamentarse del impacto ambiental causado por «insecticidas, fertilizantes y herbicidas». Concluye diciendo «En Monsanto creemos que la biotecnología puede reducir el impacto de los químicos sobre el suelo. Por ejemplo, hemos desarrollado cultivos resistentes a los insectos, que en algunos casos eliminan totalmente la necesidad de aplicar insecticidas»17.

En realidad, gran parte del trabajo que realiza Monsanto en biotecnología está dirigido directa o indirectamente a aumentar el uso de agroquímicos. Casi todos los cultivos obtenidos por ingeniería genética, en los que Monsanto tiene 12 patentes, han sido modificados para proporcionar resistencia al herbicida Roundup18. Ahora los agricultores pueden aplicar mayores dosis de este herbicida, pudiendo provocar la contaminación de aire, agua y alimentos. Además, como anuncia su propia publicidad, ha introducido, gracias a ingeniería genética un gen del pesticida natural Bt en diferentes cultivos, confiando hacerlos resistentes a plagas. Esta tecnología no ha demostrado todavía su eficacia en combatir plagas y muy probablemente extenderá la resistencia al Bt sobre las poblaciones de plagas. Esta supondrá un duro golpe para los agricultores biológicos que utilizan el Bt como una herramienta esencial para el control de plagas. Si aumentan las resistencias al Bt, la única alternativa será incrementar el uso de pesticidas.

Sin embargo Monsanto es culpable de una mentira mayor, en su intento de vendernos el mito de la biotecnología. Monsanto sabe que gran parte de los habitantes del planeta está familiarizado y sensibilizado por la problemática de la contaminación química e industrial. Esta forma de contaminación es perjudicial, pero la contaminación biológica supone riesgos aún mayores, como se ha puesto de manifiesto con la liberación de animales, plantas y otros organismos exóticos a los ecosistemas. En EE.UU., este tipo de contaminación biológica, incluyendo la invasión del país por la «mariposa kudzu» de la vid, y los organismos responsables de la roya del castaño y la enfermedad del olmo, ha hecho estragos en el medio natural. Monsanto junto a otras compañías pretende liberar a gran escala miles de microorganismos, plantas y animales modificados geneticamente. Estos son potencialmente «exóticos» y pueden dañar los ecosistemas. El impacto a largo plazo de esta liberación masiva de organismos modificados geneticamente podría eclipsar los impactos provocados por los productos de la petroquímica.

La contaminación química, aunque pueda expandirse, no tiene capacidad de reproducción y poco a poco se irá diluyendo. Por lo tanto, este impacto a menudo es localizado y se disipa con el tiempo. Pero en el caso de contaminación biológica, y consiguientemente con la liberación de organismos biotecnológicos, el impacto ocasionado al ecosistema aumenta y se intensifica cuando los organismos se multiplican, extienden y mutan. El área afectada no queda localizada y potencialmente puede extenderse de forma irreversible. Por ejemplo, si la resistencia se transfiere desde los cultivos a las malas hierbas, las resistentes se multiplicarán, y controlarlas puede llegar a ser prácticamente imposible, incluso con el uso masivo e indiscriminado de herbicidas. Cada liberación de un organismo modificado geneticamente supone una ruleta rusa ecológica a la que Monsanto y otras compañías están jugando. Y el perdedor seguro es el ecosistema. La contaminación biológica puede ser el problema más serio al que nos enfrentemos en el próximo siglo.

Además de causar problemas por contaminación biológica, la biotecnología ayuda a completar el proceso de acumulación por parte de las multinacionales de los recursos necesarios para llevar a cabo la actividad agrícola. En la actualidad Monsanto y otras multinacionales están patentando los genes, plantas y animales importantes para la producción de alimentos. Monsanto ha desarrollado la metodología necesaria para esterilizar geneticamente las semillas, imposibilitando que éstas puedan ser utilizadas en próximas cosechas. Estas compañías están arrebatando los recursos agrobiológicos y alimentarios a agricultores y consumidores, provocando una mayor dependencia de éstos respecto a estas compañías agroquímicas.

Andrew Kimbrell es abogado en Washington, Presidente del International Centre for Technology Assessment y la Sociedad Jacques Ellul. Director de Foundation on Economic Trends y miembro del Foro Internacional sobre Globalización. Es autor de varios libros, entre ellos «The Human Body Shop» (1993).