Los movimientos surgidos en las comunidades locales para la defensa de su entorno inmediato contribuyen a forjar una identidad de resistencia capaz de exigir cambios de alcance más amplio.

Josu Larrinaga e Iñaki Barcena, profesores de Ciencia Política y Antropología Social en la Universidad del País Vasco. El Ecologista nº 60

Not In My Back Yard, No en el Patio de Mi Casa (que es particular). Así se definen, sobre todo desde las potentes –y muy creativas a la hora de facilitar definiciones de marcado carácter gráfico– sociología y ciencia política norteamericanas, los movimientos reactivos que, con una motivación egoísta, surgen cuando las personas de un determinado lugar ven peligrar su relativamente acomodado modo de vida.

La definición ha calado también en nuestro entorno científico. Pero, sobre todo, ha sobrepasado las fronteras del ámbito de la investigación social y ha pasado a convertirse, con un marcado carácter peyorativo, en una descalificación de cualquier movimiento surgido en una comunidad local para defender su entorno más inmediato de lo que es percibido como un riesgo. Cualquier nimby es un egoísta insolidario y cualquier ecologista es en el fondo un nimby, según esa visión. También para muchos ecologistas identitarios un nimby es sólo un p… nimby.

En estas coordenadas se sitúan claramente algunas de las movilizaciones que hemos estudiado en los últimos años, sobre todo en Euskal Herria. A partir de ellas y de su conocimiento empírico, avanzamos algunas reflexiones sobre este fenómeno, conclusiones que nos parecen pertinentes como investigadores sociales y como activistas ecologistas. Aquí, simplemente queremos situar la definición que los activistas hacen de sí mismos en un contexto teórico más amplio.

Nimby contra Lulu

Barry Commoner, proveniente del campo de las ciencias duras y uno de los fundadores del Ecologismo Político, ya negó la mayor: “Los expertos en relaciones públicas de la industria de las incineradoras han creado un ingenioso término, NIMBY (no en mi patio trasero), para convencernos de que la oposición a los incineradores es simplemente una actitud innata, estrecha de miras ante cualquier intromisión desagradable en el vecindario, un impulso genético para mantener cualquier cosa desagradable fuera de nuestro patio trasero […] Lo que motiva a la opinión pública en su oposición a los incineradores es su preocupación no tanto por la inviolabilidad de su propio patio trasero como por la calidad del medio que comparten con el resto de la sociedad. Esta preocupación no es meramente personal, sino también social” [1].

NIMBY and Proud!, Nimby y orgulloso de serlo. En los movimientos sociales norteamericanos han superado el estigma y muestran su orgullo cuando luchan contra un LULU (Locally Unwanted Land Use, Uso de la Tierra Localmente No Deseado). Ellos también saben inventarse nombres sonoros y su argumentación es simple y efectiva: “todos somos nimby y nadie quiere a Lulu cerca, pero algunos son ‘nimby clandestinos» y tienen los suficientes resortes de poder como para mantener a Lulu lejos de su patio trasero. Así, Lulu acaba instalándose allí donde la comunidad no tiene suficientes recursos como para oponerse con éxito a su instalación” [2].

Además reivindican la trayectoria de Saul Alinsky. Éste, después de estudiar Sociología en la Universidad de Chicago, se hizo conocido en Estados Unidos en el periodo transcurrido entre los años 30 y 70 del pasado siglo por su trabajo, primero con el movimiento obrero y luego, y sobre todo, con el movimiento vecinal. Fue un organizador que recorrió numerosas ciudades (muchas veces llamado por las iglesias locales) para ayudar a los vecinos en la organización de sus acciones de protesta por cuestiones relacionadas con el urbanismo y la situación de sus barrios. Los numerosos movimientos sociales surgidos al calor de sus iniciativas y otros que aparecieron de forma autónoma incidieron en la existencia de fuertes confrontaciones urbanas en la sociedad norteamericana sobre todo en la década de los 60. Daniel Bell y Virginia Held lo llamaron “la revolución de las comunidades urbanas” y más tarde Harry Boyte calificó estos movimientos como backyard revolution [3].

Identidades comunitarias de resistencia

Tenemos ante nosotros una buena mezcla de elementos diversos. La defensa de las comunidades locales y sus modos de vida, pero también su dignidad y su identidad ante lo que se consideran ataques venidos del exterior. Todo esto tiene mucho que ver con lo que Manuel Castells en su presentación del paradigma de la Sociedad de la Información considera como un elemento esencial de definición, el Poder de la Identidad [4]. Este investigador concede una importancia especial a las reivindicaciones del ecologismo a la hora de estructurar las nuevas identidades comunitarias en el seno de la sociedad global. Como él apunta, en las últimas décadas las comunidades locales y sus organizaciones –las que antes se expresaban a través de lo que llamábamos movimiento vecinal– han estructurado un potente movimiento de defensa del medio ambiente.

En las tipologías que hace Castells también aparecen los nimby, personas y grupos que trabajan en defensa de sus propios espacios de vida, que plantean como objetivos la salud y la calidad de vida y encuentran su marco identitario en las comunidades locales. También este autor advierte que “con cierta malicia” se ha calificado de nimby a estos movimientos que en realidad critican que las actividades de riesgo de nuestras sociedades modernas se sitúan con frecuencia en los ámbitos de vida de la gente más humilde y reivindican un debate público y democrático sobre los usos del territorio.

Por ejemplo, las plataformas contrarias a la instalación de centrales térmicas de ciclo combinado plantean que debería facilitarse una dinámica para debatir la cuestión de la energía en las condiciones más democráticas y participativas posibles, y que no se pude dejar la resolución de ese problema en manos del mercado. Defienden las energías renovables, y se apoyan en quienes creen que no se están haciendo esfuerzos serios por cambiar hacia esa dirección. Mientras no se implemente esa nueva dinámica de debate social los activistas se encuentran cómodos en su postura de rechazo a lo que les ha tocado en su pueblo, y aún más cómodos se encuentran los vecinos del municipio que les apoyan y que seguramente no han profundizado tanto en el tema energético.

Hay todavía más razones para superar la tentación de afrontar estas movilizaciones como un problema local de vecinos de clase media insatisfechos con un determinado proyecto. En el ámbito vasco, la empresa que impulsa la mayoría de estos proyectos es una potente multinacional con sede central en Bilbao, pero sus accionistas mayoritarios –no los de referencia, pero sí los que tienen el grueso de la inversión– son diversos fondos de pensiones norteamericanos. En general, las empresas capitalistas en la actualidad muestran una fuerte tendencia a expandirse transnacionalmente y absorber pequeñas firmas y por tanto concentrar la producción en pocas manos, a la vez que se integran en complejas redes financieras, donde se diluye la propiedad final de las acciones. En eso consiste fundamentalmente el fenómeno conocido como globalización [5].

Los activistas, por tanto, se mueven en ese teatro global, en la percepción virtual de la sociedad global, pero impulsando acciones a nivel local. Porque, por encima de las prioridades abstractas de los intereses técnicos y económicos globales, la gente tiende a fijarse en las experiencias reales y cercanas de utilización de los espacios próximos en los que se desarrolla su vida. Hacen, así, una reivindicación clara de una práctica política más cercana y directa para resolver sus problemas.

Y así, de la mano de Castells, llegamos de nuevo a la cuestión central de la identidad. Como él dice, “en lo que sólo es una contradicción aparente, los ecologistas son, a la vez, localistas y globalistas: globalistas en la gestión del tiempo, localistas en la defensa del espacio” [4]. De esta forma paradójica el movimiento ecologista supera la dicotomía global/local. Se moviliza a escala local y los intereses locales –los particulares de las personas y las pequeñas comunidades– son el motor de esa movilización. Pero en sus objetivos defienden la casa global de todos y la defienden además a largo plazo, porque a su vez creen mantener así intocable la esencia de su comunidad local. El patio de mi casa es particular, pero nuestra casa es la de todos y todos están invitados a cuidarla para las siguientes generaciones.

Germen de reivindicaciones más amplias

Las identidades de resistencia serán importantes en la sociedad global, porque contribuirán a formar “identidades-proyecto”, es decir, las nuevas definiciones de las personas y la sociedad que contribuyan a cambios culturales de gran calado. Y los movimientos ambientalistas tendrán un rol central en esa dinámica porque crean y difunden nuevos códigos culturales.

En nuestra sociedad occidental, en la Sociedad del Bienestar, veremos muy a menudo que se da de nuevo la paradoja que encontrábamos en muchas de estas movilizaciones nimby: una comunidad que sabe movilizarse, una gente que no acepta perder calidad de vida, un grupo humano que plantea que los proyectos que generan riesgo deben “ser más pequeños y estar más lejos”. Recogerán sus ideas-fuerza, los recursos ideacionales que deben impulsar la movilización del discurso del Ecologismo Político. Y la propia fuerza identitaria de ese discurso puede llevarles a acabar exigiendo profundos cambios civilizatorios, cambios radicales que obliguen a todos a caminar hacia nuevas definiciones de la vida y la sociedad.

Y en la medida que los intereses económicos que combaten son globales –o se sitúan en una dinámica global, donde los beneficiarios son transnacionales o accionistas que se ubican en un espacio sólo accesible de forma virtual–, la reivindicación de los activistas de sentirse inmersos en un marco de resistencia global es inmediata y total. Y combinarán esto con la definición de un tiempo más lento: las comunidades y su entorno se auto-definen de manera tranquila, por lo que las dinámicas económicas de alta velocidad chocan con ese proceso, haciendo saltar chispas.

Las personas seguirán pidiendo que su voz sea escuchada y eso traerá conflictos y puede poner de manifiesto también el “fracaso de la política”. Es dudoso que la governance y sus procedimientos de co-gobierno entre elites políticas y económicas vayan a resolver esa contradicción fundamental. Parece que se hará imprescindible profundizar en la democracia directa y en la búsqueda de fórmulas para garantizar la participación de los ciudadanos en la toma de las decisiones que les afectan –más allá de los procesos electorales que cada ciertos años se celebran con agendas y temas que no coinciden en muchos casos con los que movilizan a las personas en su cotidianidad–, asegurando la igualdad de oportunidades y la existencia de debates públicos transparentes [6].

Es probable que desde algunos sectores del movimiento ecologista se siga mirando por encima del hombro a esos movimientos. “No son tan perfectos como yo, consciente de las agresiones ecológicas aquí y en China, siempre movilizado, siempre actuando y pensando local y globalmente”, vendrían a decir. Nada que objetar, pero si esa percepción se convierte en cierre identitario, en síndrome de Calimero (ese polluelo insoportable de los dibujos animados que repite su mantra: “nadie me comprende” mientras con su inconsciencia multiplica la entropía a su alrededor), nuestro orgullo ecologista puede convertirse en otro discurso más, válido para sentirse miembro de una comunidad, pero poco útil para transformar la realidad.

Entre lo deseable y lo posible, los ecologistas pueden sentirse en las movilizaciones nimby como pez en el agua, buscando siempre la pureza del torrente de montaña, pero conscientes del sucio charco donde chapoteamos.

Referencias

  1. COMMONER, Barry (1992): En paz con el planeta. Barcelona: Crítica.
  2. MORRIS, Jane Anne (1994): Not In My Back Yard. The Handbook. San Diego (CA): Silvercats Publications. La traducción, ciertamente precaria, es nuestra.
  3. CASTELLS, Manuel (1986): La ciudad y las masas. Madrid: Alianza.
  4. CASTELLS, Manuel (1998): La era de la información. El poder de la identidad. Madrid: Alianza.
  5. ETXEZARRETA, Miren (2001): “Algunos rasgos de la globalización”, en FERNÁNDEZ DURAN, Ramón, ETXEZARRETA, Miren y SÁEZ, Manolo: Globalización capitalista. Luchas y resistencias. Barcelona: Virus.
  6. LARRINAGA, J & BARCENA, I.(2006): “Beyond the NIMBY syndrome. Global dimensions of local environmental activism in the Basque Country”. Paper en ECPR Joint Sessions. Nicosia.