Una de las salidas ecológicas que la industria está adoptando debido a las distintas presiones a la que está sometida para ser más respetuosa con el medio natural, es la de llevar a cabo medidas eco-eficientes. Pongamos un ejemplo de la industria de fabricación de botellas de plástico para envasado de líquidos. Cuando consumimos un producto embotellado en plástico, se nos queda en las manos la botella vacía, un residuo. Hasta hace bien poco, estas botellas vacías en muchas ciudades del mundo se apilaban en vertederos, se quemaban o se abandonaban a su suerte. Los ciudadanos preocupados protestaron por esta situación, los empresarios vieron tajada económica y así llegaron las medidas eco-eficientes, es decir, “obtener más, usando menos”: más productos o más servicios con menos residuos, menos recursos o menos toxicidad.

Mª José Fernández Torres. El Ecologista nº 58

Así, ahora nos venden botellas con grosores cada vez más finos para evitar tener mucho material de plástico en cada botella. Cada botella eco-eficiente es menos mala que una botella de la generación anterior. También nos venden más líquido en cada botella para así también ahorrar plástico, por eso se venden productos en tandas de 5 litros. Muchas empresas comienzan a hablar del deseado residuo cero. Además se atiende a las 3R (Reducir, Reutilizar, Reciclar). Algunos apuntan una cuarta R, la de Reparar. Y se nos pide como consumidores que intentemos reducir la cantidad de botellas gastadas, o que las reusemos en otros menesteres o que las llevemos al punto de reciclaje para que se segreguen en los distintos grupos pudiendo algunos de ellos ser convertidos en fibras sintéticas para hacer chaquetas, rellenos de edredones, etc.

Un reciclado que quita valor

Pero este reciclaje no es un verdadero reciclaje, según el catedrático en química Michael Braungart [1 y 2], sino un proceso de desvalorar-reciclar (downcycling en inglés). Es decir, un reprocesado de la materia donde ésta sufre una degradación de su calidad que limita su uso posterior y mantiene la dinámica cuna a tumba [3] del sistema actual de flujo de materiales. Algunos materiales se reciclan, pero muchas de las veces se hace como solución de final de tubería; no todos los materiales se diseñan para ser reprocesados al final de su vida útil, así que la gran mayoría de éstos terminan en un vertedero o en las incineradoras. Su vida útil ha sido prolongada, pero su estatus de recurso no se ha mantenido. Es una pérdida.

Resumiendo, las medidas eco-eficientes tratan de alargar la vida al producto, pero inevitablemente, éstos, que no se diseñaron para ser reciclados indefinidamente, acaban tarde o temprano en el vertedero, en la incineradora o dando tumbos por las calles. Estas estrategias de eco-eficiencia que anuncian algunas empresas a bombo y platillo, no son las que debemos reclamar los grupos ecologistas, ni son estrategias con las que podemos estar satisfechos, ya que suponen más de lo mismo. Es decir, se sigue perpetuando el flujo lineal de los materiales desde la cuna a la tumba.

Es importante recordar que la vida en el planeta Tierra se ha forjado tras millones de años donde las plantas han ido dando orden y estructura a material yermo y disperso que era parte del planeta. Además, la Tierra es un sistema al que no entra ni sale materia (salvo algún meteorito o alguna parte de nave espacial perdida en el espacio). Lo que debe preocuparnos es ver cómo crece a diario la cantidad de basuras. Si las basuras aumentan y la materia no puede salir del planeta es porque está desapareciendo la vida y la biodiversidad, lo que los industriales suelen llamar “recursos naturales vivos”. Por tanto, desde los últimos 300 años aproximadamente de revolución industrial, estamos claramente en una dinámica de evolución a la inversa, donde el ser humano está cambiando material ordenado y estructurado a partir de la función de las plantas durante muchos millones de años, por material disperso y tóxico para la biosfera.

La primera revolución industrial (muchos deseamos que ocurra la segunda y con carácter de urgencia) nos está dejando un mundo lleno de un montón de sustancias químicas ajenas a las de la biosfera, producto de una visión lineal de la química. Estas sustancias que no se pueden integrar de forma adecuada en los ciclos naturales, se acumulan en el medio natural (incluyendo nuestro propio cuerpo que actúa de almacén), se dispersan por el planeta del que no pueden escapar o reaccionan para convertirse en otras sustancias más o menos dañinas que las primeras. Las técnicas de eficiencia buscan tan sólo minimizar el volumen, la velocidad y la toxicidad de los materiales que fluyen por el sistema, pero son incapaces de alterar la progresión lineal. Los adjetivos de las técnicas de eficiencia son: desmaterialización, aumentar la productividad de los recursos, disminuir la toxicidad, aumentar la reciclabilidad (downcycle) y aumentar la durabilidad de los productos. Todas estas medidas, de forma inherente presuponen que inevitablemente la producción y el consumo transformarán los recursos en residuos y la Tierra en un cementerio.

A corto plazo la eficiencia presenta la realidad tangible de reducir el impacto ecológico y reducir los gastos con el consecuente aumento de los beneficios. Sin embargo, a largo plazo resultan ser cambios insuficientes para aumentar el beneficio y no dañar el medio ambiente por varias razones bien definidas en la bibliografía [1]. Aquí se expondrán las razones genéricas sin entrar en el detalle: a) Es un enfoque reaccionario que no trata la necesidad de rediseño de los flujos de los materiales industriales. b) Es un enfoque en contra del crecimiento económico y de la innovación. c) No trata el problema de la toxicidad. Por tanto, el resultado es un compromiso nada atractivo que considera, e incluso institucionaliza, el antagonismo entre naturaleza e industria.

Biomímesis, pensando a largo plazo

Lo que muy pocos están vislumbrando es el proceso realmente necesario: imitar a la naturaleza (biomímesis) en todos los sentidos. Esto incluye su carácter eco-eficaz, que aunque pueda resultar confuso, es muy distinto del carácter eco-eficiente del que se vanagloria y con el que se lucra la industria. Veamos la diferencia brevemente, ya que una explicación mucho más extensa aparece en la bibliografía ya mencionada [1].

El objetivo de la eco-eficacia (que no eco-eficiencia) es minimizar los procesos cuna a tumba (cradle to grave en inglés) y generar metabolismos cíclicos cuna a cuna (cradle to cradle) que permitan que los materiales mantengan su estatus como recursos en cualquier parte del proceso. No hay que olvidar que en la biosfera también se dan un montón de reacciones químicas, como la fotosíntesis o la digestión, pero, a diferencia de la mayoría de las reacciones que diseñamos y llevamos a cabo los humanos, tienen como requisito imprescindible que cualquier residuo debe ser inherentemente el alimento de otro(s) proceso(s). Residuo = Alimento, desapareciendo por completo el concepto de residuo. Ésta es la clave del triunfo de la biosfera durante tantos millones de años y que de momento no sabemos imitar. La naturaleza mantiene directamente la calidad de los recursos a través de todos sus ciclos en vez de eliminar los residuos. Lo que se produce no son residuos, sino nuevos recursos.

La filosofía de trabajo eco-efectiva (que no eco-eficiente) del diseño cradle to cradle define un marco de trabajo para esbozar procesos y productos industriales que convierten los materiales en nutrientes de tal forma que se permite su flujo perpetuo dentro de uno de los dos metabolismos posibles: el metabolismo biológico y el técnico. Los materiales que fluyen óptimamente a través del metabolismo biológico se llaman nutrientes biológicos, son productos biodegradables que no suponen ningún daño a los sistemas vivos, así que estos productos se pueden utilizar por humanos y devolverse de forma segura al medio natural para alimentar procesos biológicos, por ejemplo textiles, pastillas de freno, suelas de zapato, etc.

Un nutriente técnico se puede definir como un material, normalmente sintético o mineral, que tiene el potencial de permanecer seguro en un sistema de ciclo cerrado de manufactura, recuperación y re-uso, manteniendo su valor sin degradarse a pesar de los ciclos. Los nutrientes técnicos se usan como productos de servicio, productos durables (no biodegradables) que dan un servicio a los clientes. El producto que usa un cliente pertenece al fabricante, no se vendería el producto, sino que se alquilaría el servicio. Por ejemplo, uno no compraría un ordenador, sino que compraría el derecho de usarlo por un periodo determinado, teniendo la obligación de devolverlo al vendedor al final de la vida útil establecida. De este modo, el vendedor recupera el ordenador, para desmontarlo y utilizar todos los componentes en uno nuevo.

Como ejemplo de producto eco-eficaz el lector puede dirigirse a la web [4], donde se explica cómo la industria puede hacer un tejido ecológico sin ningún tipo de residuo porque se ha respetado el ciclo biológico.

La conclusión de todo lo antes expuesto es que las medidas eco-eficientes sólo resultan razonables a muy corto plazo (sobre todo para maximizar beneficios), porque nos compran tiempo, pero a largo plazo no son una solución adecuada, por lo que muchos científicos ya llevan un tiempo hablando de la necesidad de un cambio radical en nuestro modo de producción.

Notas y referencias:

1. BRAUNGART MICHAEL, MCDONOUGH WILLIAM Y BOLLINGER ANDREW. Cradle-to-cradle design: creating healthy emissions – a strategy for eco-effective product and system design. Journal of Cleaner Production 15 (2007) 1337-1348

2. MCDONOUGH WILLIAM Y BRAUNGART MICHAEL (2002), Cradle to cradle. Remaking the Way We Make Things. ISBN: 0 86547 587 3

3. La expresión desde la “cuna a la tumba” quiere decir desde que se extraen las materias del medio natural con el calificativo de “recurso natural” hasta la tumba cuando éstos han adquirido el calificativo de “residuo”.

4. http://www.epea.com/documents/EPEAProductCase_Climatex.pdf