La Avenida Diagonal de Barcelona se queda sin tranvía.

Elena Díaz, Ecologistes en Acció de Barcelona. Revista El Ecologista nº 66

El Ayuntamiento de Barcelona planteó una consulta ciudadana para decidir la forma en la que se reformaba la Avenida Diagonal, utilizando el tranvía como eje del transporte en superficie. Pero la pésima forma de plantear y organizar la consulta, junto a la presión de los grupos pro-automóvil, hizo que se perdiera una oportunidad, largo tiempo demandada por muchos movimientos sociales, para promover la movilidad sostenible: la Diagonal se queda como está, llena de coches.

En diciembre de 2009 el Ayuntamiento de Barcelona decide hacer una consulta ciudadana sobre la reforma de la Diagonal, gran avenida que cruza toda la ciudad en diagonal desde la montaña hasta el mar y que soporta un tráfico de 84.000 vehículos/día. La reforma consistía en reducir los carriles de circulación y el tráfico en 51.000 coches/día, ampliar el espacio peatonal, introducir un carril bici y una línea de tranvía.

En principio, la consulta se planteó sobre dos opciones de reforma: A) convertir la avenida en una rambla (zona peatonal al centro y calzadas a ambos lados), o B) en un bulevar (aceras ampliadas y calzada reducida al centro), ambas con el tranvía como protagonista.

Tras la campaña orquestada en contra de la iniciativa por el lobby automovilístico, con el apoyo de los grupos políticos de la oposición (CIU y PP), se decidió añadir una opción C a la consulta, consistente en “ninguna de las dos opciones anteriores”.

El resultado del referéndum, realizado en la segunda semana de mayo de 2010, fue desastroso para el Ayuntamiento: una bajísima participación (10%) y una contundente derrota de las dos opciones planteadas, con un 79,8% de los votos a favor de la opción C. El terremoto político que siguió obligó a cesar al primer teniente de alcalde, para evitar la dimisión del principal responsable, el alcalde Jordi Hereu.

Ecologistes en Acció de Barcelona, integrada en la plataforma ciudadana “Diagonal per Tothom”, defendemos la necesidad de reducir la circulación de vehículos y construir una línea de tranvía por esta avenida, que sea vertebradora del transporte público de superficie, como un paso importante en la lucha contra la dictadura del coche. “El tranvía por la Diagonal” es desde hace años una reivindicación de las asociaciones preocupadas por la movilidad, en defensa del peatón, la bicicleta y el transporte público y rechazada por el gobierno municipal… hasta hace poco menos de dos años, en que el alcalde decidió plantear la reforma.

¿Qué pasó para que una propuesta en defensa de una movilidad más sostenible, de origen ciudadano, fuera rechazada tan rotundamente por la población, que supuestamente se iba a beneficiar de ella? Intentaré esbozar algunas de las razones que yo considero que se hayan detrás de este fracaso.

Crónica de un fracaso

Desde mi punto de vista, el principal responsable del fracaso es el Gobierno municipal y la forma en que ha planteado todo el proceso. Para nosotros el tema clave de la reforma es la introducción del tranvía y el papel que puede jugar en cambiar la movilidad de la ciudad. La campaña del Ayuntamiento a favor de la reforma tendría que haberse centrado en estos aspectos, planteándola como parte de un plan de movilidad cuyo objetivo fuese un cambio modal, dando voz a los partidarios de ese cambio (no se nos dio ninguna participación en el proceso) y provocando un debate público sobre el mismo, apostando por el tranvía como un paso necesario en esa dirección.

Por otra parte, en Barcelona, el tranvía dista mucho de gozar de un apoyo general como medio de transporte eficaz. Esto se debe a la experiencia de las dos líneas existentes, que pueden considerarse un poco marginales en el sistema de transporte urbano, en ambos extremos de la Diagonal, una el Trambaix, hacia Cornellá y la otra, el Trambesós, desde el Forum, por Diagonal mar hasta la Ciutadella, con pocas conexiones con la red de transporte público. De ahí, nuestra propuesta de enlazar toda la Diagonal con un tranvía, con preferencia semafórica, uniendo ambos tramos existentes proporcionándole la eficacia que ahora no tiene, para que, combinado con la red de autobuses, vertebrara el transporte público de superficie.

Nada de esto se ha tenido en cuenta al hacer la campaña sobre la reforma, que se ha centrado en “cómo va a quedar la Diagonal” y no en “cómo va a afectar a la movilidad en la ciudad”. Parecía un tema que sólo importaba a los vecinos y comerciantes de la Diagonal y ésa es una de las causas de la baja participación.

Como muestra de la confusión sobre los objetivos de la reforma entre sus mismos promotores añadir que, en una fecha tan tardía como el 26 de marzo, aún se discutía en el pleno municipal si el tranvía era o no condición necesaria para la reforma y uno de los socios del tripartito que gobierna en el Ayuntamiento (ERC) era partidario de aparcar de entrada la decisión sobre el mismo (La Vanguardia, 29/3/10)

¿Por qué se planteó entonces la reforma? Porque, en esencia, la campaña por la reforma de la Diagonal ha sido una operación de imagen, uno de esos gestos a los que tanto se han acostumbrado los alcaldes de Barcelona, desde el éxito de la operación urbanística realizada con motivo de las olimpiadas del 92. Una operación más modesta, más acorde con los tiempos y con la imagen de ciudad moderna, modelo de otras ciudades, aunque más bien modelo de pasarela que “et posa guapa” para seducir y atraer turistas, congresos y empresas que produzcan buenos negocios y coloquen a la ciudad en el mundo. Así, que lo que nos han ofrecido es una típica campaña publicitaria de marketing donde lo que cuenta es el envoltorio en el que se presenta ¡qué bonita va a quedar la Diagonal! y no los contenidos, convirtiendo todos los elementos de la reforma, incluidos tranvía, carril bici y buses, en mobiliario urbano de una avenida ideal. Se nos ha vendido la imagen de “la Diagonal del siglo XXI”, tan virtual como los paneles publicitarios que la enseñaban y tan alejada de los problemas cotidianos de los ciudadanos que ni se han molestado en defenderla con argumentos. Una imagen publicitaria ha de seducir, no convencer.

La consulta popular formaba parte de la misma campaña publicitaria y tan virtual como ella, tan vacía de sentido y de debate en su versión inicial que no animaba a la participación: se trataba de apoyar una reforma ya decidida en una de sus dos versiones virtuales, en la que muchos detalles importantes aún estaban en el aire y eran susceptibles de cambio. En definitiva ¿qué importaba que la solución final fuese un bulevar o una rambla, cuando las baterías de la oposición se lanzaban contra el tranvía y la reducción del espacio para el coche, incluido en ambas opciones? Fue esta oposición la que obligó al Ayuntamiento a incluir la nueva opción, la C, cuya indefinición favoreció su éxito final: “ninguna de las dos”.

La oposición a la reforma, en la que tuvo un papel importante el RACC (Real Automóvil Club de Catalunya), cumplió su función, realizando una intensa campaña en los medios de comunicación (especialmente La Vanguardia) para desgranar los argumentos habituales (problemas para la circulación, más tráfico en el Eixample, que se atascaría con los coches expulsados de la Diagonal, comerciantes que se quejan de que sus clientes no podrían llegar con sus coches a sus establecimientos, colapsos circulatorios…), atacando el “enorme dispendio” de una reforma innecesaria, la “privatización del transporte público” (la empresa que construye y explota el tranvía, TRAM, es privada) y hasta proponiendo la construcción de un túnel para el metro bajo la Diagonal. En definitiva, campaña demagógica y populista de gran calado, que el Ayuntamiento no se molestó en combatir con argumentos y debates en profundidad, fiándolo todo al papel encantador de la campaña publicitaria al uso.

Al final, las circunstancias históricas y los errores informáticos del proceso de participación dieron la puntilla a la propuesta. La votación coincidió con el anuncio de Zapatero de recortes a los sueldos de funcionarios y pensionistas. El negro pesimismo que se instaló en la población en los días subsiguientes no fue el más propicio para animar a la participación sobre una reforma que no entraba en las preocupaciones de los ciudadanos y que en ese momento, más que nunca, sonaba a dispendio innecesario. En estas circunstancias se hizo público el coste de la consulta, por primera vez informatizada, que ascendía a 3 millones de euros. Los fallos del sistema informático, que impidieron votar al alcalde el primer día, pero que fingió haber votado ante los medios de comunicación, y el descubrimiento de la mentira posteriormente (tuvo que volver a votar), convirtieron en un vodevil casposo e impresentable todo el asunto.

Puestas así las cosas, todavía me asombro de que hubiera ciudadanos que, inasequibles al desaliento, fuéramos a votar a favor de la reforma de la Diagonal.