Para que otra economía sea posible, otro comercio es necesario.

Gonzalo Donaire, responsable del Área de Estudios de la Coordinadora Estatal de Comercio Justo. Revista El Ecologista nº 75.

Posiblemente la principal virtud del término ‘Comercio Justo» sea el emplazamiento implícito que nos hace, la invitación a preguntarnos: si hay un comercio ‘justo', ¿significa entonces que el resto no lo es? Efectivamente, trabajar por unas relaciones comerciales justas, horizontales y simétricas, por una producción sostenible y respetuosa con los derechos laborales, con el desarrollo social comunitario y con el entorno, implica reconocer y denunciar en la práctica que el comercio internacional convencional y dominante se sitúa en las antípodas de estos principios y prácticas. Hagamos un poco de historia reciente para ver cómo hemos llegado hasta aquí y hacia dónde vamos.

El Comercio Justo nació en la década de 1960 como alternativa frente a las injustas reglas y relaciones que regían el comercio mundial. Ya entonces, la incipiente mundialización económica se caracterizaba por una creciente degradación de las relaciones comerciales internacionales y por los intentos de los países del Norte –enriquecidos en gran medida por este desequilibrio comercial– de compensar parcialmente estas desigualdades con ayudas al desarrollo. La respuesta unitaria de numerosos países del Sur fue tan contundente como clara: “comercio, no ayuda”. Desde entonces, multitud de iniciativas, tanto en el Norte como en el Sur, han recogido este testigo y dado forma diversa a este objetivo de transformación social a partir de una estrategia de justicia comercial y económica. En la actualidad, se estima que 1,5 millones de productores de más de 50 países trabajan en el marco de este sistema comercial alternativo, lo cual supone más de 5 millones de beneficiarios directos y muchos más si contásemos los impactos indirectos y diferidos del Comercio Justo. Las ventas que se derivan de esta producción facturaron en 2011 más de 5.500 millones de euros en todo el mundo.

26 millones de euros al año

En el Estado español, hubo que esperar a finales de la década de 1980 para ver aparecer las primeras iniciativas de Comercio Justo. Desde entonces, asistimos a un crecimiento sostenido de las ventas de este tipo de productos, en paralelo a la paulatina consolidación de este movimiento. En la última década la facturación se ha cuadriplicado, llegando hasta los 26 millones de euros registrados en 2011, un 17% más que en el ejercicio anterior. Cifras sorprendentes dado el contexto actual de crisis sistémica. ¿Significa esto que el Comercio Justo es insensible a su entorno socio-económico? Nada más lejos de la realidad. Como suele ocurrir con todas las cifras agregadas, estos datos de venta esconden múltiples matices que conviene desgranar y señalar para comprender la situación actual y desafíos a los que se enfrentará el Comercio Justo en los próximos años.

En primer lugar, partíamos de niveles muy bajos, prácticamente iniciáticos. Por lo tanto, resulta lógico que esta fase de recuperación del desfase inicial de más de dos décadas se caracterice por importantes niveles de crecimiento y lenta pero progresiva convergencia con los niveles de venta de países de nuestro entorno donde el Comercio Justo cuenta con una experiencia más dilatada. Aun así, los 55 céntimos de euro anuales que gastamos de media en el Estado español en comprar productos de Comercio Justo apenas representan una décima parte de los niveles de consumo medios europeos, y están a años luz de las experiencias más consolidadas. Mucho camino aún por recorrer, lo cual significa también un enorme margen de mejora por delante.

Luces y sombras

En segundo lugar, este crecimiento de las ventas tiene tres grandes luces, que esconden a su vez tres sombras complementarias: se apoya en un aumento de las ventas de productos alimenticios, escondiendo una caída importante de las artesanías que ya va camino de convertirse en una profunda tendencia; crece la comercialización en supermercados, grandes superficies, hostelería y vending, mientras que caen las ventas en el pequeño comercio, incluyendo las tiendas de Comercio Justo; en fin, el grueso de las nuevas ventas las realizan empresas convencionales que en los últimos años han decidido certificar con el sello Fairtrade una parte de sus productos, mientras que las importadoras de Comercio Justo ven como su facturación sigue decreciendo.

De esta forma, el crecimiento en las ventas se ha acompañado de una mutación sustancial: el Comercio Justo en España es hoy más diverso, plural y complejo. Han entrado en escena nuevos canales de distribución, nuevos actores, nuevos productos bajo nuevos formatos, nuevos y más variados perfiles de consumidores. El relato tradicional al que estábamos acostumbrados (el consumidor-activista responsable y muy concienciado que acudía a su tienda de Comercio Justo) se ha desbordado: sigue existiendo, pero convive con una realidad más compleja y va perdiendo peso relativo a medida que nuevas piezas se incorporan al puzzle.

Si crisis es cambio, también lo es para el Comercio Justo, ya sea por las alteraciones que está sufriendo internamente o por el impacto que tienen procesos más amplios que superan su radio de acción: cambios en las pautas generales de consumo de la población, crisis del pequeño comercio de cercanía, reordenación de las preferencias presupuestarias de los hogares a raíz de la crisis, etc. Como en otros ámbitos, lo importante no es tanto vislumbrar cuándo saldremos de la crisis, sino cómo saldremos: con qué tipo de Comercio Justo y, más allá de sus estrechas fronteras, con qué comercio internacional.

Cambios que implican desafíos y que abren debates. He aquí algunas preguntas que hoy están sobre la mesa: ¿aumentar las ventas a cualquier precio? ¿Más es siempre mejor? ¿Cómo nos dirigimos a perfiles cada vez más diversos de potenciales consumidores? ¿Qué relación queremos impulsar entre el Comercio Justo y otras iniciativas de economía social y solidaria? ¿Seguimos llamando “Comercio Justo” al realizado localmente en el Norte siguiendo los mismos principios? ¿Qué papel queremos que jueguen otros actores como la Administración Pública o las empresas? ¿Cómo garantizamos que un producto es “justo” sin caer en el dilema “laxitud y riesgo de intrusismo” o “criterios estrictos y encierro autorreferencial”?

Cambiar el comercio injusto

En cualquier caso, la evolución de las ventas, los análisis cuantitativos y la dimensión comercial no pueden hacernos olvidar dos ideas fundamentales: en primer lugar, que el Comercio Justo es mucho más que comercialización de productos justos. Desde su origen cuenta con otros dos pilares fundamentales: por un lado la sensibilización y formación ciudadana y, por otro, la denuncia, movilización social e incidencia política. Es en la complementariedad de estos tres ejes donde reside su potencial. El Comercio Justo no nació para ser una isla cada vez más grande en un mar de injusticias, ni para ser una excepción a una injusta e insoportable regla, sino para cambiar de raíz las injustas reglas y prácticas que rigen el comercio mundial. Que un día todo el comercio sea justo para que no haga falta un Comercio Justo.

La segunda idea-fuerza se refiere a nuestro entorno: ¿qué hay del comercio injusto? ¿Suben o bajan sus ventas? El Comercio Justo tiene un impacto decidido en la vida de millones de personas, pero apenas perceptible al lado del efecto que provoca sobre cientos, incluso miles de millones de personas, la firma de un acuerdo comercial entre una potencia del Norte y un grupo de países empobrecidos, o la modificación de una normativa en el seno de la Organización Mundial del Comercio. Actualmente la Unión Europea está negociando numerosos Acuerdos de Asociación con decenas de países del Sur, a través de los cuales pretende abrir nuevas oportunidades de negocio para los intereses del capital transnacional con sede en alguno de sus Estados miembro. El impacto sobre millones de personas, tanto en el Norte como en el Sur, será decisivo y determinará las posibilidades de impulsar alternativas comerciales y económicas o, por el contrario, de adentrarnos aún más por la senda que nos ha llevado a la actual crisis sistémica.

Una crisis es también el tiempo de la palabra, de posicionarnos, tomar partido y salir de la indiferencia. No podemos quedarnos callados ante decisiones que condicionarán nuestro futuro y el del Planeta. Es la hora de alzar la voz: qué mundo queremos, qué relaciones comerciales Norte-Sur, qué formas de consumo, qué comercio para qué desarrollo y para qué economía. No nos hagamos trampas: si no es justo, es comercio injusto.