Reconstruir la historia de la agricultura urbana.

José Luis Casadevante Kois y Nerea Morán [1]. Revista El Ecologista nº 84.

Un aperitivo tiene valor en sí mismo, pero su función es abrir el apetito para un plato principal. El papel de este texto sería similar, pues trata de presentar algunos contenidos recogidos en el libro ‘Raíces en el asfalto', con la vocación de sembrar la inquietud suficiente como para que os apetezca leerlo. El libro rastrea la evolución de las teorías urbanas en su relación con la agricultura y recupera los principales episodios en los que movimientos sociales y comunidades locales volvieron a cultivar en las ciudades (crisis económicas, conflictos bélicos, conflictos urbanísticos…).

Vamos a hacernos una entrevista a medida con el fin de ilustrar algunos de los aspectos de la agricultura urbana que se tratan en el libro: política, urbanismo, arte, educación activismo… destacando pasajes y anécdotas, pinceladas de algunas de las cuestiones más llamativas que hemos analizado o descubierto durante estos años de investigación.

¿Cómo fueron las primeras experiencias de huertos obreros durante el siglo XIX?

Las primeras iniciativas de huertos para pobres surgen como una suerte de compensación social por la pérdida de las tierras comunes. Prácticas caritativas, cuya fórmula permitía apaciguar el descontento social provocado por las duras condiciones de vida de los agricultores sin tierra, mejorando su capacidad de subsistencia, a la vez que se reducían los gastos en subsidios. Posteriormente, esta fórmula se trasladará al medio urbano y proliferará por toda Europa como una medida asistencial que mejoraba las condiciones de vida de la clase trabajadora, así como una manera de disciplinar a las multitudes urbanas frente a las teorías socialistas en auge.

Más allá de la vocación de control social que muchas de estas iniciativas iniciales presentaron (obligatoriedad de ir a misa, prohibición de pertenencia a sindicatos, estricta moralidad…), con el paso del tiempo el movimiento obrero terminó apropiándose de estas prácticas, la autonomía y la ayuda mutua ligadas a la socialidad hortelana fueron usadas como herramientas para consolidar una cultura alternativa. Se pasó así de la asignación caritativa de huertos a su consideración como un derecho que debían satisfacer las autoridades locales.

¿Qué papel tuvieron los huertos obreros en la definición del modelo urbano de las ciudades rojas socialdemócratas en el periodo de entreguerras?

Tras la Primera Guerra Mundial coincidían el déficit de alojamiento y la alta valoración social de los huertos urbanos que habían sido clave en la supervivencia de la población. La socialdemocracia gana las primeras alcaldías en grandes ciudades (Viena, Berlín, Frankfurt…) y su prioridad será la construcción de núcleos de vivienda obrera con huertos incorporados. Arquitectos, urbanistas y paisajistas, como Loos, Wagner, Taut, May o Migge ampliaron la idea de vivienda + huerto a la escala territorial, planteando una diversidad de espacios de cultivo que permitían reverdecer la ciudad, alimentar a sus ciudadanos y contribuir al equilibrio del metabolismo urbano (compostaje, ciclo del agua…). Los cimientos a estos castillos en el aire los pusieron las cooperativas de construcción ligadas a los sindicatos socialdemócratas que levantaron estas decenas de miles de viviendas. Durante este breve periodo histórico muchas metrópolis europeas esbozaron lo que podía haber sido una modernidad urbana alternativa.

Son muy conocidas las campañas públicas de agricultura urbana en EEUU y Europa durante las guerras mundiales, que aunaban la necesidad de incentivar el autoconsumo con la propaganda y la movilización de la población en la retaguardia, pero ¿qué sucedió durante la Guerra Civil y especialmente durante el largo asedio a Madrid?

Nuestro contexto está marcado por la singular coincidencia temporal del conflicto bélico y de diversas transformaciones revolucionarias, sobre todo en los primeros años de la contienda. Las dinámicas institucionales eran más frágiles y las iniciativas de mayor éxito surgían de abajo hacia arriba, impulsadas por sindicatos y organizaciones políticas. Entre ellas destacarían experiencias como los comedores populares, las colectivizaciones que afectaron al mercado central de verduras y, especialmente, las colectividades agrícolas que llegaron a sumar más de una treintena en la región.

Además, se pusieron en marcha muchas huertas de emergencia en solares y espacios baldíos de tamaño reducido. Las que tenían un tamaño más grande solían estar bajo control sindical. La más llamativa de estas huertas se ubicó en la plaza de toros de Las Ventas, donde el albero fue reconvertido en campo de cultivo.

Aunque las primeras iniciativas de huertos escolares surgen a principios de siglo de la mano de la Institución Libre de Enseñanza, entidad encargada de democratizar el acceso a la cultura y facilitar la renovación pedagógica, durante la guerra la horticultura se populariza como una actividad lúdica y formativa. Los huertos escolares proliferarían tanto en las escuelas libertarias como en las colonias escolares de Cataluña y Levante, donde se alojaba a la infancia desplazada de Madrid huyendo de los bombardeos. Especialmente bonita resulta la peripecia de los hijos de trabajadores de la fábrica de cervezas Mahou, que acogidos en Barcelona, reconvirtieron una pista de tenis en huerto, para mandar la producción de verduras y hortalizas a sus familiares en Madrid.

Alimentar el mito del Madrid heroico era más sencillo que darle de comer todos los días, y en esa ardua labor los huertos urbanos jugaron un papel estratégico.

Los huertos urbanos fueron una realidad en la retaguardia de casi todos los países implicados en los conflictos bélicos de la primera mitad del siglo XX. Pero ¿qué son los huertos desafiantes o rebeldes que también florecen en estos periodos?

En el contexto de guerra ciertos huertos resultan especialmente incongruentes, por su localización, su precariedad y sus pocas probabilidades de pervivencia… por ello devienen en símbolo de resistencia y esperanza, y cultivar se convierte en un acto de rebeldía. Imaginad unas cebollas plantadas en un carrito de bebé relleno de tierra, que se mueve por el gueto de Lodz siguiendo los tenues rayos de sol… mientras las organizaciones judías organizan bancos de semillas, parcelas de cultivo y procesos de formación.

O los huertos que aparecen en zonas temporalmente tranquilas y en las segundas líneas del frente, durante la Gran Guerra, en los que los combatientes de ambos bandos crearon pequeños jardines de hortalizas y flores, embelleciendo rincones escondidos en el paisaje devastado por la batalla, tratando de recrear los paisajes del hogar y de humanizar mínimamente un entorno hostil.

Estos huertos rebeldes dieron de comer, pero además fueron fragmentos de orden cuando todo se encontraba patas arriba, remansos de paz y tranquilidad donde se cuidaba lo frágil en tiempos de dureza.

¿De qué modo está el arte relacionado con los huertos comunitarios de Nueva York en los años 70?

En un contexto de crisis socioeconómica y urbanística, la joven artista Liz Christy inicia Green Guerrillas, un grupo que lanza bombas de semillas en solares abandonados, con el fin de denunciar el abandono de ciertos barrios y de embellecerlos. Poco a poco se reverdecen decenas de descampados hasta que se decide ocupar el solar en el que se cultiva el primer huerto comunitario de los más de mil que llenarán la ciudad. Una práctica a partir de la cual evolucionará el guerrilla gardening, cultivo con nocturnidad y alevosía de espacios vacíos e infrautilizados.

Otras iniciativas que combinan arte, sensibilidad ecológica y agricultura urbana serían el huerto comunitario Garden of Eden diseñado como un gigante ying-yang vegetal, por Adam Purple y construido colectivamente junto al vecindario en unos solares del Lower East Side. O los 8.000 metros cuadrados de trigo cultivados por Agnes Denes al sur de Manhattan, en el epicentro del comercio mundial, con el que la autora invitaba a reflexionar sobre el crecimiento de la ciudad y sus prioridades, el valor de la actividad agrícola y la necesidad de reconciliar ciudad y naturaleza, y al que tituló Campo de trigo: una confrontación.

¿Por qué este resurgir de proyectos de agricultura urbana que se va extendiendo por muchas ciudades?

Igual que Martin Luther King sabía que, aunque el mundo se acabara mañana, él debía plantar hoy un árbol, nosotros sabemos que, aunque la apuesta sea infructuosa, la agricultura urbana anticipa elementos clave que debe contener cualquier proyecto de futuro para la ciudad. Hoy que transitamos un cambio civilizatorio (crisis energética, ecológica, económica, política…) la agricultura urbana emerge como una herramienta que permite intensificar relaciones sociales, reabrir discusiones sobre los usos del suelo y de las zonas verdes, recuperar en entornos urbanos la lógica de los bienes comunes o discutir la forma en que se van a alimentar las ciudades en el futuro.

Desde las parcelas cultivadas en la periferia urbana hasta los simbólicos huertos plantados en las acampadas de protesta de medio mundo, se reivindica la huertopía (hortus + topos), un lugar en el que los huertos echen raíces en el corazón de las ciudades, reconociendo la importancia estratégica que le corresponde a una agricultura orientada al cuidado del territorio y las personas.

Notas

[1] José Luis Fernández Casadevante Kois miembro de la cooperativa GARÚA y responsable de Huertos Urbanos de la FRAVM. Nerea Morán es miembro del colectivo Surcos Urbanos y del Huerto Comunitario de Adelfas.