La inauguración de la «mejora y acondicionamiento» de la carretera de Golbardo-Novales y el empeño en construir un nuevo puente sobre el Saja a la altura de Barcenaciones –con la promesa añadida de intervenir en el tramo de la llamada carretera del monte entre Cóbreces y la Venta del Tramalón, uno de los ya escasísimos testimonios de las culturas viarias tradicionales– supone la culminación de una agresión irreversible a uno de los escenarios más singulares y valiosos del Patrimonio Cultural y el paisaje de Cantabria sin que se haya dado respuesta a las siguientes preguntas y demandas de información sobre el proyecto y su ejecución.

En primer lugar ¿donde están los estudios de tráfico, en cuanto a su intensidad, naturaleza, composición y necesidades reales, los índices de siniestralidad o el número de accidentes, y la valoración de las alternativas de accesos con sus conexiones con la autovía del Cantábrico por Puente San MIguel y el Alto de Cildad o desde la carretera Barreda-La Revilla, receptoras de las mayores afluencias de vehículos, dentro de la posibilidad de ampliar con vuelos laterales el viejo puente de Golbardo o instalar semáforos? ¿Y dónde la seguridad vial para ciclistas y peatones con arcenes de 0,25 metros, biondas insalvables y drenajes laterales que impiden su circulación y les obligan a invadir continuamente la calzada, tal como pude comprobarse en las propias fotografías de la publicidad de la Consejería?

En segundo, ¿dónde los estudios de impacto ambiental y los períodos de información pública para garantizar la participación ciudadana, la transparencia informativa y el ejercicio de los derechos de petición y reclamación sobre el cumplimiento de las leyes y el seguimiento de las actuaciones de las Administraciones Públicas que, como en esta ocasión, han transgredido la memoria inicial de un proyecto que consistía inicialmente en el «mero acondicionamiento de la calzada» para transformarse finalmente en una modificación sustancial del trazado primitivo con graves afecciones al entorno y al paisaje, excesivos movimientos de tierras, grandes desmontes, trincheras desmesuradas, tala de árboles monumentales, invasión innecesaria de fincas, alteraciones geomorfológicas y trastornos hidrológicos en torno al macizo kárstico de La Torcona y sus proximidades –relacionados, probablemente, con la mortandad de la avifanuna en Novales el pasado verano al removerse sedimentos tóxicos mineros–, y construcción superflua de rotondas y nuevos tramos de carretera en la entrada a los pueblos?.

En tercer lugar, ¿dónde se han quedado las leyes de Carreteras, del Patrimonio Cultural, de Conservación de la Naturaleza, y del Paisaje de Cantabria –y los atractivos turísticos y para la calidad de vida de vecinos y usuarios que debería encerrar la filosofía de que el viaje no solo es el destino sino también el propio camino– cuyos intérpretes han sido incapaces de encontrar un solo motivo para, por ejemplo, declarar a este itinerario tramo de especial protección ecológica, Paisaje Protegido o Lugar Cultural y garantizar el respeto y la conservación de los cortejos arbóreos, setos y cierres vegetales, y rodales boscosos – plátanos centenarios, fresnos, robles, castaños, avellanos, laureles…– cuya continuidad y presencia les había convertido en un testimonio excepcional de las culturas viarias tradicionales, además de seguir desempeñando un papel fundamental en la fijación de taludes y laderas, el sostenimiento de la caja de la carretera, su condición de filtro en los impactos de la contaminación acústica y atmosférica sobre las actividades agroganaderas, y el reforzamiento de la condición de corredores ecológicos y de conexión de los hábitats de la fauna situada a ambos lados. Unos impactos que se amplían al entorno del nuevo puente sobre el Saja que se pretende incorporar en una cuenca visual de gran fragilidad donde la propia consideración de Bien de Interés Cultural de la primera estructura de hormigón en la obra pública, la lámina de agua, las formaciones de ribera y el bosque de galería van a verse degradados irreversiblemente en sus valores escénicos y en la densidad y continuidad de la vegetación existente, además, de provocar alteraciones y rupturas entre las tramas viarias, los parcelarios y las viviendas situadas en el perímetro de Barcenaciones y en el propio núcleo de Golbardo.

En cuarto lugar, ¿cómo se compadece la calificación oficial de la espectacularidad paisajística en un lugar que ha sido desnudado de los valores del Patrimonio Natural, Cultural y Etnográfico del territorio que atraviesa y que ha venido sufriendo plantaciones masivas e indiscriminadas de eucaliptos que han provocado, con sus efectos-pantalla, el carácter compacto y la homogeneidad y monotonía de sus formaciones, el secuestro de las perspectivas abiertas y de la profundidad de sus horizontes, y la pérdida de la diversidad y los contrastes de los escenarios naturales, amén de la reducción de la biodiversidad, la degradación del suelo, las alteraciones hidrológicas y su incompatibilidad con otros usos que no sean los de los aprovechamientos forestales intensivos y depredadores?

En quinto lugar, ¿cómo es que nada se ha aprendido de anteriores experiencias o simplemente acercarse a la vecina Asturias o ver el Tour de Francia por TVE para inspirarse en el mejor tratamiento de la red viaria –aunque en los dos casos que citamos lo fuese por requerimientos expresos de la Unión Europea tras las denuncias del movimiento ecologista– en las intervenciones sobre el trazado de la carretera de Palombera que tuvieron que renunciar a grandes movimientos de tierras en laderas, taludes y canales, talas de arbolado, vallados perimetrales y biondas metálicas, y supresión de pretiles de piedra y cierres tradicionales; o que evitaron las talas de las monumentales hileras arboladas de plátanos centenarios en el tramo comprendido entre Comillas y La Rabia con un paseo peatonal exterior y plena seguridad para sus usuarios?. Y todo ello sin cesar de buscar los lugares más recónditos, singulares y frágiles donde presumir de sus rigurosos y científicos criterios ingenieriles –con sus réditos electorales– en las inversiones realizadas.

Un nuevo trofeo, pues, que añadir a los nefastos tratamientos en materia de seguridad vial, paisaje y calidad ambiental que viene coleccionando la gestión de la Consejería de Obras Públicas – buscando siempre con su falsa literatura ambiental el negocio en sí mismo de las empresas adjudicatarias y ante la indiferencia o complicidad de otras Consejerías con competencias en el tema– a la que recordamos, sin ánimo exhaustivo y solamente en las proximidades del tramo que ha motivado estas líneas–, las tareas pendientes en corregir los impactos de las famosas 50 farolas del tramo entre Mazcuerras y Santa Lucía que, además, de destrozar uno de los paisajes más diáfanos y bellos de todo el valle del Saja, jamás se pusieron en funcionamiento desde su inauguración hace ya casi 7 años y sin que, siquiera, salvo el cobre de algunos de sus registros, hayan sido aprovechadas para chatarra que sería, al fin y al cabo, el mejor destino para recuperar los horizontes perdidos; o las que requieren la seguridad de peatones y ciclistas en las carreteras de Cabuérniga, Cabezón-Comillas o Treceño-Puente El Arrudo por donde es imposible desplazarse sin arriesgarse a sufrir susto tras susto entre paredes y biondas que no dejan, ni siquiera, el más mínimo espacio para refugiarse.