La extinción de los depredadores pone en grave peligro la salud de los ecosistemas.

Sergio Arias Ramos, estudiante de Periodismo y miembro del Área de Conservación de la Colla Ecologista-Ecologistes en Acció d'Alacant. Revista El Ecologista nº 88.

La extinción del lobo en Andalucía ha roto el equilibrio ecológico. Las grandes poblaciones de ciervos y jabalíes ejercen una presión sobre que vegetación que impide la regeneración del bosque. Millones de hectáreas de bosque mediterráneo que han perdido la protección que precisaban frente a los herbívoros, la que les podía ofrecer el lobo, el último gran depredador europeo

“Y que en las noches españolas no deje de escucharse el aullido del lobo” fue el lema que hace cuarenta años Félix Rodríguez de la Fuente, el hombre que salvó al lobo con su voz y una cámara, articuló para la eternidad. Tanto es así, que este pasado 2015 fue esta misma frase la que dio identidad a “Emlobados Solana del Pino”, la mayor congregación en defensa del lobo ibérico que se celebra anualmente en España.

Entre dos mil quinientos y tres mil lobos pueblan las montañas ibéricas, apuntan antiguos censos carentes ya de rigor. Sin embargo, el grueso de la población se sitúa en las provincias del noroeste ibérico. En la mayor parte del territorio peninsular el lobo ya sólo es el antagonista de los cuentos y mitos que conforman nuestro acervo cultural como pueblo, manteniendo aún una magia que se va desgajando de las últimas entrañas de la moribunda Europa salvaje.

Sobre estas estimaciones, se cazan de forma legal cada año cerca de doscientos lobos en las tierras situadas al norte del río Duero donde, según la administración, la especie se considera abundante y no ha de ser protegida, a pesar de las bajas poblaciones que hay en las regiones de Burgos y el País Vasco, puente imprescindible en el avance del lobo ibérico hacia el Pirineo. Sin embargo, y a pesar de esta presunta protección al sur del Duero, hemos visto como la administración de Castilla y León se otorgaba el privilegio de abatir ejemplares en provincias situadas al sur del río, concretamente en Ávila y Salamanca, incumpliendo las directivas de la Unión Europea.

En el sur peninsular, sin embargo, la situación es muy diferente: ya han pasado más de dos años que ningún pastor andaluz siente el erizar de los bellos ante el grito del cánido. La Consejería de Medio Ambiente aún considera que quedan grupos reproductores pero lo cierto es que los últimos restos de lobo son del año 2013: unas pocas heces que demostraban la existencia de algún ejemplar solitario incapaz de perpetuar la especie.

Arturo Menor, director del documental WildMed, el último bosque mediterráneo, desplegó un equipo de cámaras por casi dos años de rodaje sobre diferentes zonas de Sierra Morena, a la espera de filmar al gran carnívoro, protagonista del documental. Finalmente, tuvieron que recurrir a tres lobos actores para el rodaje de la cinta ante la ausencia del animal.

A principios de octubre la Junta lanzó el II Plan de Recuperación del Lobo Ibérico en Andalucía. Doce millones de euros acordados entonces que han terminado reduciéndose a 1,6 millones estos últimos meses. El LIFE planteado por la Junta tiene como objetivo la creación de un clima favorable de cara al regreso de la especie entre los habitantes del campo, por lo que se trata básicamente en un proyecto de comunicación, además se declara al lobo especie en peligro de extinción en la Comunidad. Unas grandes inversiones de capitales que se invierten en las especies amenazadas mientras los ecosistemas siguen degradándose y desapareciendo.

Andalucía fue, en 1986, la primera Comunidad Autónoma en proteger al lobo ibérico, cuando se cifraba la especie en algo más de cincuenta individuos repartidos desde Sierra Norte de Sevilla hasta Sierra de Andújar. Desde su protección la extinción era previsible dada la pobreza genética de las poblaciones. El lobo en Andalucía estaba sentenciado si no se reforzaban las poblaciones con ejemplares del norte peninsular o se dejaba avanzar hacia el sur a estos últimos.

Tras su desaparición, el equilibrio ecológico de Sierra Morena quedó quebrantado: el bosque ya no tendría ningún aliado para protegerse de la depredación de los herbívoros. En las regiones donde las poblaciones de herbívoros desbordan la capacidad de regeneración de los vegetales los animales son débiles y los árboles no crecen. Las grandes poblaciones de herbívoros arrasan con todas las bellotas que produce el bosque e impiden que se regenere. Esto hace que sea necesario un control de ungulados que el cazador humano no cumple, pues es precisamente éste el que ceba a los herbívoros para tener mayores y mejores piezas de caza.

Además, las grandes poblaciones de ciervos y jabalíes están ocasionando graves daños a la ganadería por la trasmisión de enfermedades. Sólo en 2014 se sacrificaron cerca de diez mil vacas por un brote de tuberculosis bovina. ¿Qué hubiera sucedido si el lobo hubiera matado a diez mil cabezas bovinas en Andalucía?

El lobo, al contrario que el cazador, no captura a los ejemplares más fuertes, los “trofeos”, sino que elimina a los animales débiles y con pocas posibilidades de supervivencia, como lo son los enfermos. Si el lobo regulase las poblaciones de ungulados silvestres posiblemente controlaría los frecuentes brotes de sarna, brucelosis y tuberculosis, que suponen una gran pérdida económica.

Una circunstancia en la que están sumidos los ecosistemas mediterráneos ibéricos que invita a una medida inmediata como podría ser la reintroducción de ejemplares norteños en las zonas donde el lobo ha desaparecido con objeto de que regule a los herbívoros. Pero ésta no es más que una alternativa a corto plazo. La solución pasa, indefectiblemente, por la protección real de las especies y los ecosistemas, persiguiendo y estableciendo sanciones a prácticas dañinas como el erróneo control de depredadores, el uso de venenos en el campo, las quemas de rastrojos, los incendios para crear pastos, etc.

Millones de hectáreas que podrían albergar al lobo y el resto de representantes de la fauna ibérica mediterránea. Lugares como Doñana, Monfragüe o Cabañeros, que son auténticas maravillas biológicas y paisajísticas y que precisan de la acción del último superpredador del continente.

Y no sólo por el bien de la naturaleza, pues el potencial turístico de este animal ha demostrado que es más rentable vivo que como pieza cinegética. Su gran atractivo reside en que es una especie emblemática, incrustada en nuestras raíces culturales, y aunque las gentes del campo aún no han alcanzado el nivel de aceptación pertinente para la presencia de la especie, el número de amantes y seguidores del lobo ibérico cada día es mayor.

Aullidos para salvar el bosque, los encinares andaluces así lo requieren, pero también, aullidos para salvar la memoria de un continente que tuvo una gran biodiversidad y que hoy recoge en el lobo la más acabada representación de la fuerza de las últimas bestias europeas.