Es necesario un intercambio fructífero entre ecologismo y feminismo.
Alicia H. Puleo, es autora de Ecofeminismo para otro mundo posible, Cátedra, 2011. Revista El Ecologista nº 71.
Hace más de tres décadas que el feminismo ha aceptado el desafío de reflexionar sobre la crisis ecológica desde sus claves propias. El resultado ha sido la aparición en escena del ecofeminismo. La autora defiende un ecofeminismo crítico, que reivindique la igualdad, contribuya a la autonomía de las mujeres y acepte con suma precaución los beneficios de la ciencia y la técnica, pero que también fomente la universalización de los valores de la ética del cuidado hacia los humanos, los animales y el resto de la Naturaleza.
Necesitamos pensar la realidad de nuestro mundo actual con las claves que nos proporcionan el feminismo y el ecologismo. El ecofeminismo nos da esa doble mirada y nos la facilita en dos vertientes, una crítica y otra constructiva. Mi propuesta se basa en la convicción de que el ecofeminismo ha de evitar los peligros que encierra para las mujeres la renuncia al legado de la Modernidad. Para ello, tiene que ser un pensamiento crítico que reivindique la igualdad, contribuya a la autonomía de las mujeres, acepte con suma precaución los beneficios de la ciencia y la técnica, fomente la universalización de los valores de la ética del cuidado hacia los humanos, los animales y el resto de la Naturaleza, aprenda de la interculturalidad y afirme la unidad y continuidad de la Naturaleza desde el conocimiento evolucionista y el sentimiento de compasión. A esta tematización, desde estas claves, del mundo humano y no humano en el marco de los crecientes problemas medioambientales la denomino ecofeminismo crítico en alusión a la historia emancipatoria del pensamiento ilustrado, en tanto recoge pero también revisa su ambiguo legado.
Indudablemente, el proceso de desarrollo de la Modernidad tiene muchas caras y no todas ellas son deseables. Puede incluso decirse que muchas son perversas. Pero no es menos cierto que la crítica al prejuicio y la idea de la igualdad de todos los hombres han sido decisivas para el surgimiento imparable de las reivindicaciones de las mujeres. Hoy podemos hablar de más de dos siglos de teoría y praxis feministas. En las cuatro últimas décadas, el neofeminismo ha manifestado una extraordinaria multiplicidad de intereses y de marcos teóricos y ha sabido responder a los retos de distintos debates emergentes con propuestas innovadoras y fecundos análisis que no habrían podido ser elaborados desde una perspectiva ciega a la desigualdad de género. Los enfoques de clase, raza y diversidad sexual, las teorías sobre el sujeto, la ética y la filosofía política se han visto notablemente enriquecidos por un pensamiento que da la voz a las mujeres en un impulso emancipatorio inédito.
En cuanto a la relación con la Naturaleza, podríamos decir que la racionalidad moderna nos ha aportado, en su conjunto, grandes cotas de bienestar pero también una destrucción nunca vista del tejido de la vida que nos sustenta y amenazas al ecosistema global insospechadas hasta hace poco tiempo. Asimismo, como racionalidad reducida del Homo economicus, ha traído nuevas formas de explotación y desigualdad.
En los últimos años, a pesar de los interesados silencios en torno a los problemas ambientales, sectores cada vez más amplios de la población mundial han adquirido conciencia de la crisis ecológica. Ante una degradación de los ecosistemas que hace todavía más dura la vida cotidiana de los pobres en los países en desarrollo, se ha comenzado a vincular los derechos humanos con la protección ambiental; el ideal de justicia se ha ampliado a la ecojusticia. Lo que era hasta ayer la convicción de unos pocos científicos y ecologistas se convierte gradualmente en la certeza de una asignatura pendiente ante un problema que afecta nuestra salud, destruye la biodiversidad y compromete seriamente el porvenir humano en la Tierra. Este nuevo reto aparece en el marco de un ya largo período de desconcierto y apatía ciudadana, en una época que recuerda al helenismo escéptico y hedonista, convencido de su impotencia para enderezar la marcha del mundo.
Feminismo y ecologismo en tiempos del cambio climático
Hace ya más de tres décadas que el feminismo ha aceptado el desafío de reflexionar sobre la crisis ecológica desde sus claves propias. El resultado ha sido la aparición en escena del ecofeminismo: un intento de esbozar un nuevo horizonte utópico, abordando la cuestión medioambiental desde las categorías de patriarcado, androcentrismo, cuidado, sexismo y género. En sus pensadoras, he encontrado reflexiones originales y muy sugerentes sobre la civilización tecnológica que nos ha tocado vivir. Todas ellas aportan luz a distintos aspectos de lo que podemos llamar, en alusión a un clásico de la hermenéutica de la sospecha, el malestar en la cultura y en la Naturaleza.
Desde mis propias coordenadas vitales e intelectuales en diálogo y polémica con las suyas, he elaborado un planteamiento ecofeminista que evita apelar a las definiciones esencialistas de la diferencia sexual propias de las llamadas clásicas. Tampoco es un ecofeminismo espiritualista, cristiano o neopagano para el que sea necesario el componente de la fe, algo que se posee o no, independientemente de la voluntad. Mi propuesta conserva el legado ilustrado de igualdad y autonomía al tiempo que reivindica el sentido fuerte de eco, es decir, que no se limita a un simple ambientalismo feminista antropocéntrico en el que las relaciones con la Naturaleza se ciñan a proponer una buena gestión de los recursos.
Se trata de pensar y pensarnos con otra mirada en la urgencia de los tiempos del cambio climático sin desandar el camino recorrido por el feminismo ni abandonar los fundamentos que nos han permitido avanzar en él. Se trata de un planteamiento que no pretende dar respuesta a todos los problemas de la sociedad moderna, tal como aspiraba el ecofeminismo inicial quizás porque pertenecía a una época en que ser realistas era pedir lo imposible y se veía la playa bajo los adoquines de las calles, como rezaban las pintadas de mayo del sesenta y ocho. Pero tampoco es una reflexión impasible ante un mundo desgarrado por la desigualdad y una Naturaleza que agoniza. Se trata, en todo caso, de un diálogo entre feminismo y ecologismo en la convicción de que es posible y necesario un intercambio fructífero para ambos en la era del cambio climático.
Libertad, igualdad y sostenibilidad
Mi posición se enraíza en la tradición ilustrada de análisis de las doctrinas y prácticas opresivas. Reivindica la igualdad y la autonomía de las mujeres, con particular atención al reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos que en algunas formas de ecofeminismo podían ser erosionados en nombre de la santidad de la vida. Acepta los beneficios del conocimiento científico y tecnológico con prudencia y actitud vigilante. Fomenta la universalización de los valores de la ética del cuidado, evitando hacer de las mujeres las salvadoras del planeta. Propone un aprendizaje intercultural sin menoscabo de los derechos humanos de las mujeres y afirma la unidad y continuidad de la Naturaleza desde el conocimiento evolucionista, el sentimiento de compasión y la voluntad de justicia para con los animales no humanos, ese Otro ignorado y silencioso, pero capaz de anhelar, amar y sufrir.
Libertad, igualdad y sostenibilidad puede ser un buen lema para guiarnos en el incierto siglo que vivimos. Tenemos una larga lucha por delante porque el ecofeminismo es razón y pasión para que otro mundo sea posible.